Memoria

Memoria
No, no soy yo...Pero como si lo fuera.

jueves, 6 de diciembre de 2007

¡Oh! Las medias....... Que no todo van a ser corbatas.......

Máquina antigua para reparar medias

¡AAAhhhhgggg!!!!!

¡Una carrera! ¡¡No, no, no!!¡¡No es una carrera!! ¡¡Ésto es una autopista!!. ¡¡Si es que no gano pá medias!!.
Y al cubo de la basura directos esos pantys........
Sin embargo.....
Recuerdo ver a mi abuela coser y recoser calcetines y mandar coger los puntos de las medias. Por que antes........ ¡Ah! ¡ Antes sólo se le salía un punto a las medias y se hacía una carrera que sí se podía coger!
¿Os acordáis de los huevos de madera? Pues eso:
Puntada arriba, puntada abajo, recomponiendo las partes que más se estropeaban por estar expuestas al roce continuado. Como único acompañamiento, el carismático consultorio de Elena Francis (a lo mejor me hacía falta a mí ahora.... Jajajaja) . Y para las medias.... Lo principal es que tengas hilo de espuma y aguja muy, muy, muy fina. Puedes emplear el de otras medias que ya no sirvan. El problema es enhebrarlo, pero si tienes la precaución de atarlo a un trocito de hilo normal y luego, una vez has pasado éste por el orificio de la aguja, sólo tienes que desprenderlo y dejar la espuma... no sé si me explico: así es como se enhebran las máquinas remalladoras, con hilo de alambre o con hilo un poco más grueso de lo normal. Luego se trata de ir juntando los espacios que existen en la trama del tejido. ¡Hale!
A reparar medias, que anda la economía mú fastidiá.




Me encantan los zapatos y guantes que lleva aquí Adela .Se llevan ahora mucho....

En ésta foto vemos a Virtudes con liga, medias gruesas y finas y alguna con "equipo" completo: medias, calcetin, escarpin y madreñas......

HISTORIA DE LAS MEDIAS
Las medias femeninas permanecieron durante siglos ocultas a la mirada (y con mayor
motivo, las piernas). Entonces se las llamaba calzas.
Una de las muchas leyendas que se cuentan de la reina Isabel de Castilla se refiere al
regalo que le llevó el embajador de Francia: un precioso par de calzas de seda bordadas.
Inmediatamente estalló el escándalo en la corte. ¿Cómo el embajador podía aludir de un modo
tan grosero a la intimidad de la católica soberana? No tenemos ninguna duda de que el regalo
sería devuelto con desdén (toda una muestra de la diferencia de costumbres entre los dos
países).
Las piernas no existían, literalmente hablando. Al menos es lo que se desprende de otra
anécdota ya de época mucho más reciente. Con motivo de un comentario sobre las calzas que
usaba otra reina, Isabel (II), el indignado
comentario del jefe de la Casa Real fue:
“¡Las reinas no tienen piernas!”
Pero sí tenían, y a muchas les gustaba
adornarlas con empaque real. Consta que
otra Isabel más, la I de Inglaterra,
agradeció mucho a lady Montagu el regalo
del primer par de medias fabricadas en un
telar, proclamando que le hubiera gustado
usar siempre medias como éstas, tubulares,
muy adherentes y que tan bien modelaban
la pantorrilla.
Pero aunque a través de los siglos las
mujeres usaron medias más o menos finas
y caras según la moda, éstas permanecían
ocultas por la longitud de las faldas, y la
mayor atención era dedicada a los zapatos.
De todos modos, los bordados de las medias de estas épocas demuestran que sus usuarias
recibían cumplida atención de sus maridos, amantes y
favoritos.
Pero llega el siglo XX, y aquí es donde la palabra
calzas debe ser sustituida por medias. Ya en 1909 el
vestido de paseo de moda, que llamaba trotteur,
descubre, para hacer más elástico el paso de la mujer
que marcha hacia nuevas metas, todo el pie. Y en la
temporada 1913-14 las faldas se acortan hasta dejar al
descubierto no ya el mítico tobillo, sino la pantorrilla
hasta cerca de la rodilla, y aquí es donde la media
empieza a constituir un objeto visible, al que hay que
dedicar atención. No es ocioso señalar que este
aligeramiento va simultaneado con el del busto: Poiret,
el famoso modisto parisino, lanza el sujetador y el
liguero. Hay un deseo de aire libre, de deporte: la mujer
desea bañarse en la playa, pero eso sí, todavía con
medias.
Y, en esta aceleración del tiempo, llega la guerra
mundial. Las faldas siguen acortándose hasta casi la
rodilla, y cuando en los años veinte la moda à la
garçonne invade Europa, la nueva mujer, flaca y casi
efébica, de caderas y pechos breves, se mueve con
audacia al son de los ritmos sincopados que, importados de USA, conquistan el Nuevo
Continente como antaño lo hicieran las fuerzas estadounidenses.
La media prosigue su desarrollo imparable, pese a los constantes desafíos técnicos que
planteaba la constante búsqueda de un adelgazamiento compatible con la comodidad, el
abrigo y la estabilidad. De pronto, la guerra introduce un nuevo contratiempo: en 1941 el
gobierno británico prohíbe el uso y la venta de las medias de seda. Pearl Harbour había
cortado el suministro de seda japonesa, y la poca existente debía ser utilizada con fines
bélicos, desde los paracaídas a determinados vestidos para las tropas que debían operar en
climas nevados. En Europa, las piernas de las mujeres quedan a la vista hasta la misma
rodilla, sobre aquellos zapatos casi ortopédicos de suela altísima (los topolinos), y los púlpitos
empiezan a tronar contra tantos acortamientos. El Papa arremete contra los “vestidos exiguos
quo que están hechos de tal modo que ponen de
relieve lo que deberían ocultar”.
La escasez sigue dejándose sentir, y aguza
la imaginación. A falta de medias, buenas son
pinturas con un pigmento más o menos ocre.
Lo más difícil, la falsa costura, debía ser hecha
por una amiga. ¿Hay que ver lo que puede el
ingenio.!
Y mientras tanto ya había aparecido lo
que sería el sustituto de la seda: el hilo de nylon
(1937), que pondrá la prenda al alcance de todo
el mundo. El 15 de mayo de 1940, cuando se
comenzaron a vender las primeras medias de
nylon en USA, desaparecieron cuatro millones
de pares en cuatro días. Las medias hechas con
esa fibra sintética llegaron a Europa con los
soldados estadounidenses, y marcaron una
nueva época: las medias se rompían menos, y
aquellas torturas para coger los puntos soltados,
que exigían una habilidad insólita pese al ayudo
de lupas, empezaron a ir en retroceso
simplemente porque el precio había bajado y
salía más a cuenta comprar un nuevo par.
Las revoluciones se suceden: en 1950 las llamadas
“medias de cristal” por su transparencia, provocan nuevas
tronadas en los púlpitos, especialmente en países
dominados por el clero, como España. Las mujeres
siguenyendo a misa, pero no hacen caso: ¡es tan bella la pierna
vista, y encima realzada por o la media! Y en 1956 nacen las
medias sin costura, que son acogidas con satisfacción: son más
cómodas y prácticas, y liberan de la permanente
tendencia de aquélla a torcerse. De todos modos, estas
innovaciones no siempre son bien acogidas,
especialmente por los caballeros, que recuerdan el placer
visual de una señora que se inclina para estirarse las medias o
para detener, con un dedo humedecido en saliva, la carrera que sube o baja por la pierna.
A fines de los 50 llegan los leotardos, de momento para niño. Pero pronto las mujeres se
apropiarán de ellos. Ese invento, convenientemente estilizado, acabará en los hoy
omnipresentes pantys.
Pero volvamos a los 60: una jovencísima diseñadora, Mary Quant, lanza la audaz
minifalda, que rápidamente obtiene un éxito arrollador. Las piernas, los muslos, saltan al aire.
La minifalda es sustituida brevemente por las bermudas y los hot pants, que requerían como
aquéllas, medias hasta la cintura. Es el momento del panty elástico, a menudo de color y
adornado con los motivos más ingeniosos.
En los años 70, ¡ay!, un triste acontecimiento: empiezan a triunfar masivamente los
pantalones. La mujer los lleva cada vez más a gusto, y la moda es tan arrolladora que durante
unos años las piernas femeninas desaparecen de la vista. ¡Son tan cómodos! No hay que
preocuparse por la depilación, ni por las carreras, ni por el viento, ni por nada. De paso, así las
medias duran mucho más y sus fabricantes empiezan a preocuparse. Tampoco los varones no
se sienten a gusto. La consigna es clara: ¡Hay que fomentar la vuelta a la falda!
El liguero es la prenda sexy por excelencia, la preferida por los hombres, pero tiene
serios inconvenientes en cuanto a la comodidad: se desajustan, a veces se sueltan e intentar
correr con ellos puestos puede ser todo un drama. Odian el panty: “Armadura medieval,
coraza antiestética, incomodísimo para cualquier incursión un poco audaz”; así se manifiestan
en una encuesta realizada por la revista Donna en 1983, al par que
suspiran por el binomio liguero-medias, que los más jóvenes, por
desgracia, ya no conocen.
Y la media tradicional vuelve por fin. Pero ya nunca será
como antes: convive con el panty. Con todo, la variedad puede
compensar esta pérdida. Las medias son lisas, de colores, con
dibujos, permiten todos los caprichos del diseñador. Aparecen mil
tipos de ligueros. Las ligas, también recuperadas, son de variados
colores, con predominio del rojo, y recuperan el carácter
simbólico de que ya gozaban en la Edad Media, cuando aquel rey
emitió la célebre frase “Honni soit qui mal y pense” al devolver a
una dama la liga que se le había caído danzando.
De pronto, en los años 80, la media se oscurece, y en ese
color, cuando no totalmente negra, triunfa en toda la línea,
recordando la España del Siglo de Oro. Pronto El Corte Inglés y
demás fabricantes intentarán destronarlas (¡hay que variar, hay
que comprar cosas nuevas!). Pero la media negra resiste años y
años de este acoso comercial, y entramos en el siglo XXI sin que
nada enturbie su reinado.
Es interesante preguntarse el por qué de esta fidelidad femenina al negro (que tampoco
disgusta del todo a los hombres). Sociólogos de enjundia se han sumergido en el estudio, y las
conclusiones varían: desde quien piensa que simplemente adelgaza hasta quien supone que
proporciona una relativa seguridad a la mujer que se olvida así de estar exhibiendo sus
piernas. Sea como sea, la media oscura permanece y no parece que en fecha próxima vaya a
ser desterrada.
El nuevo siglo, valorador por ahora de la novedad a ultranza, llega a la audacia máxima:
el vestido-media, aunque dudamos de su aceptación.
Josep M. Albaigès, Barcelona, sep 02

SI YO FUERA MI MUJER…
En los primeros años 60 un imaginativo promocionador tuvo una idea genial: compró
una partida de medias invendibles y las
bautizó con la marca Berkshire. Para
impulsar su venta, se le ocurrió la
publicación en los periódicos de unas
fotografías en las que una foto cortada en dos
mostraba en la parte superior la imagen de
un varón más o menos sesudo, y en la
inferior unas atractivas piernas femeninas,
con la leyenda: “Si yo fuera mi mujer luciría
medias Berkshire”. En unos tiempos en que
hasta las modelos debían ser importadas de
otros países europeos para anunciar trajes de
baño, la idea fue resultando.
Hasta que llegó el cataclismo. En la
prensa uno de los anunciantes era nada
menos que Alfredo Di Stefano, la estrella del
Real Madrid de la época, el club vencedor de
cinco copas de Europa. El anuncio era
difundido incluso radiofónicamente: “¿Saben
qué les digo? Que si yo fuera mi mujer,
luciría medias Berkshire”. Y la reacción fue
fulminante. Los madrileños, especialmente
los hinchas del famoso club, censuraron
acremente el “ridículo” de su líder. “Luce la
camiseta del Madrid, y esto es intolerable”,
decían unos. “Cuando uno se llama Di
Stefano no puede prestarse a estas
maniobras”, decían otros. ¡El machismo
ibérico, en entredicho! Y Di Stefano tuvo
que pensarlo mejor, devolver el cheque de
varios centenares de miles de pesetas (cifra muy sustanciosa para la época) y pedir que se
retirara el anuncio. Los promotores de las medias se frotaron las manos: sin que les costara un
duro, habían hecho más publicidad que nunca.
Los sociólogos han sacado abundantes consecuencias sobre el estado del país en
aquellos años a través de esa anécdota. Costará a la juventud de hoy entender esta reacción,
pero ahí esta la historia. ¡Viva el audaz promotor de las medias Berkshire!

EL LIGUERO Y SU EVOLUCIÓN
La liga se había popularizado a mediados del siglo XVIII gracias a la difusión de la
media llevada a cabo por las sederías francesas, que extendieron el uso de esta prenda, hasta
entonces propia de los hombres, a las damas de la corte y las burguesas de las ciudades
europeas. Al principio tabú (“Las reinas de España no tienen piernas” exclamaba el Jefe de la
Casa Real de Isabel II), pronto se convertiría en fetiche, apareciendo a la vista en cuanto las
faldas se acortaron por encima del pie, exhibiendo
leyendas amorosas de los amantes que las regalaban. “La
risa de mi morena alivia toda mi pena” reza una de éstas
conservada en el Museu del Tèxtil i de la Indumentària de
Barcelona.
El liguero nació de una imaginativa innovación de
los fabricantes de corsés: sin más que añadir a la parte baja
de éstos unas tiras de tela elásticas con sujeciones,
inspiradas en los tirantes masculinos, la media quedaba
firmemente sujeta a las piernas. La gráfica presenta el
bello modelo ideado por el corsetero Lindauer en 1901.
Pronto la prenda adquirió autonomía propia,
especialmente en Europa, donde el afán de no reducirla
meramente a un cinturón con los elásticos introdujo los
imaginativos encajes que todavía forman hoy su esencia.
Es curioso que algunos autores franceses hayan querido
atribuir la paternidad de la invención a Gustave Eiffel para
satisfacer las quejas de su mujer sobre los problemas de
circulación que le ocasionaban las ligas. Pero según Lila Stajin, autora de una historia del
liguero, el mérito recae en Féréol Dédieu, un fabricante de la rue Saint-Sébastién, quien alegó
que las ligas ordinarias “impedían una
buena circulación de la sangre, hacían que los pies sehincharan y además perdían rápidamente su elasticidad”.
La representación en Londres de La gran ópera bufa de Offenbach puso al descubierto
en las danzarinas las medias sujetas al corsé con medias elásticas. De allí pasaría la nueva prenda a los Estados Unidos para regresar a Europa convertida no ya en una pieza mas o menos ortopédica, sino en algo en lo que no se sabe qué admirar más, si la belleza o la sugerencia erótica.
En efecto, el siglo XX trajo una consideración del liguero radicalmente distinta. La generalización del deporte en una mujer cada vez en movimiento más continuo llevaba a suprimir esas armaduras de seguridad que eran los corsés. El modista francés Paul Poiret suprime en 1906 el
corsé de los maniquíes y les acorta en 1908 el cabello. En veloz sucesión, la I Guerra Mundial
trae trabajos para la mujer que exigen una falda más corta y ponen en entredicho el mismo
liguero, ya convertido en pieza independiente: nada más incómodo y difícil que tener que
correr con éste puesto para cazar el autobús.

Y esto trae consigo una
transformación radical no de la
pieza en sí, sino del carácter con
que éste es vista: estático,
sugerente, erótico, íntimo,
fetichista, y pasa de pieza de
vestir funcional a elemento
íntimo de alcoba. Según El gran
Diccionario erótico, el liguero
femenino constituye hoy uno de
los obscuros deseos de estimulación erótica para el hombre, quizá porque se halla en la mitad
del muslo, a medio camino del fruto que esconde la mujer. “Su carácter fetichista ha ido
aumentando a medida que su uso se ha ido desprendiendo de su función original”.
Mientras tantos, las faldas seguían acortándose, lo que requería drásticas medidas. La
hebilla era bella en la intimidad, pero inoportuna en público. Y en sustitución del liguero vino
el panty, pieza en consonancia con el nuevo nivel
tecnológico que mientras tanto se había alcanzando, pues es
obvia su mayor complicación. Sin ir más lejos, los
fabricantes, para mantener la misma producción de medias
transformadas en pantys, tuvieron que multiplicar por cinco
sus plantillas de personal. ¡Y sin embargo, los precios
descendieron! Prueba del éxito de la nueva prenda, cuya
aceptación masiva permitió reducir costes.
De todos modos, el panty no gustaba nada a los
caballeros, lo que fue redundando en una separación cada
vez mayor entre la media-práctica y la media-erótica. A
medida que la mujer renunciaba al cilicio, se acentuaba
definitivamente la función representativa del liguero, tanto
más valiosa en una época de libertad sexual y de
emancipación de la mujer. Kart Graus resume esta situación
en Detti i Contradetti: “En el fondo, el drama del fetichista
es que se excita con un zapato de mujer y debe conformarse
casi siempre con una mujer entera”.

¿Y LOS LIGUEROS PARA CABALLEROS, QUÉ?
Casi totalmente olvidada está hoy esa prenda, bien usual hasta hace medio siglo. Obviamente
un calco del liguero femenino, se ceñía bajo la rodilla aprovechando el saliente de la pantorrilla. Un anuncio en La Vanguardia, en 1917, proclamaba:
Nueva liga Alaska. A doble sujetador. Patente 60.796. No nos crea, cuando
afirmamos es la única solución práctica de la liga de caballero. Quiera
convencerse prácticamente, y a su primera prueba, admitirá el hecho
indiscutible de su superioridad. Venta al mayor, La Manufacturera Alaska
SA, Hospital 51, 1º, Barcelona.
El gráfico adjunto produce hoy sonrisa a quienes olvidan que en un tiempo de exhibición de
calcetines pudo ser tan importante la falta de arrugas en éstos como lo es hoy lo mismo para las
mujeres.

EL LIGUERO EN LAS BODAS
El equivalente a la (si me lo permitís) " hortera ceremonia" de cortar la corbata al novio en algunas bodas (“sutil” metáfora sexual) tiene su equivalente femenino en la extracción que en algunos países hispanoamericanos debe hacer el novio del liguero de su esposa… con los dientes (otras veces, las amigas de la novia le relevan de este “deber”). La presa es lanzada a algún soltero, como hace poco lo fuera el bouquet, y al destinatario tiene que ponérsela a la muchacha que se ganó el ramo. Veamos una descripción tomada de la web:
La celebración transcurría por los caminos acostumbrados. Los camareros iban y venían,
trayendo y retirando platos y bebidas al ritmo que marcaba la gula de los invitados. Llegó el momento de la tarta y los novios usaron para cortarla una espada de estilo oriental que los amigos les habían regalado. Fue también ese el momento que las amigas de la novia eligieron para quitarle la liga de las medias, haciendo un corrillo para que nadie viera más de lo que su imaginación le permitiera, y la cortaron en trocitos, al igual que la corbata del novio, que sufrió el mismo destino, y que después colocaron en una bandeja y fueron vendiendo entre los invitados, recogiendo al final unas cien mil pesetas, cantidad más que considerable, y cuyo destino era, naturalmente, conseguir que el viaje de los novios fuera disfrutado más aún por éstos, si eso era posible. (No se debería pedir dinero tan descaradamente a los invitados)
Consúltese http://www.vda.com.ve/gil/alparga/boda.htm

¿Y LOS CALCETINES?
Los calcetines, siempre altos, y mejor aún con
ligas; no compréis calcetines bajos para no tener la
tentación de usarlos.
Alberto Arbasino, El anónimo lombardo.
Las cosas han cambiado. La media, que antaño fuera una prenda fundamentalmente
masculina, destinada a su visión y deleite, ha pasado al sexo opuesto, y no dejamos de
celebrar este cambio, visto el partido que las féminas han sacado de él. Con este motivo, hasta
el nombre cambió: la calza o calceta se llama hoy media, cuando no panty. Pero el nombre es
lo de menos: como diría Julieta, “con cualquier otro nombre, sería igual de bonita”.
Le queda al hombre el calcetín. Pero, en los últimos años, éste ha emigrado bajo el
pantalón, y esta huida lo ha relegado como símbolo de la elegancia. No es casual que esto
haya coincidido con el auge de la corbata, prenda que en otros lugares estudiamos como se
merece. En unas épocas (años 60), en que el pantalón era bajo, la vista podía apreciar el
calcetín, y esto permitía algunas fantasías en colores: rojos, amarillos, cuadros, puntos y hasta
cornucopias se vieron en aquellos felices años. Bien es cierto que por la misma razón se veían
a veces viciosos espectáculos: franjas de piel peluda o lechosa por encima de unos calcetines
bajos, que descalificaban al punto, sin apelación alguna, a quien con tanta temeridad o
ingenuidad los llevaba.
Pero, instalada al parecer como definitiva la moda del pantalón sobrelargo, que llega a
montar (a veces escandalosamente, no desdeñando ni siquiera las viles arrugas acordeónicas)
sobre el zapato, el calcetín, como prenda invisible, se refugia en modestos colores: gris, negro,
o (¡cuidado!) beige.
Pese a todo, la pierna masculina sigue haciendo acto de presencia, aunque sea al
arremangarse los pantalones para prevenir su desgaste por las rodillas, y los elegantes
seguirán preguntándose cuál es el más adecuado.
Unos años se impuso el “calcetín ejecutivo”, suave como una media y de color
invariablemente oscuro, pero su excesiva finura casa mal con la rugosidad de la pierna
masculina, cuyas vellosidades pueden entreverse fácilmente. Por ello no siempre es
recomendable.
Si uno es lo bastante audaz como para atreverse con otros colores, ¿cuáles deben ser
éstos? En los manuales bon ton de la época citada se daba como axioma que el calcetín debía
combinar con la corbata. Ejemplos: “Si ésta es roja y blanca se puede permitir un burdeos
muy oscuro; si es azul, los calcetines también lo serán”.
Es decir, que si la corbata es amarilla, ¿deberán ser los calcetines igualmente gualdas?
No seré yo quien haga el experimento. El calcetín no debe entonar precisamente con la
corbata, sino (¡regla de oro!) con la indumentaria en su conjunto, que a su vez se conjugara
armónicamente. Pues la corbata no deberá darse de bofetadas con la camisa ni con el traje.
La regla de todo buen cuadro es que el color esté todo él en cada una de sus partes,
evitando agresiones visuales. De la misma forma que la corbata debe mantener armonía con la
camisa a través de una repetición de tonos, también ocurrirá lo mismo con el calcetín.
Esto conocerá sus excepciones, que sólo los realmente elegantes sabrán descubrir: será
siempre un tanto hortera la vestimenta totalmente blanca, desde los zapatos a la corbata,
aunque no totalmente gris, siempre que los grises guarden una adecuada gradación. ¡Ojo con
el verde! Muchos han naufragado con él.

DIME QUÉ MEDIAS TE PONES Y TE DIRÉ QUIÉN ERES
Las medias que luce una mujer elegante no solamente harán juego con el vestido y los
complementos, sino con el físico y la personalidad.
Las reglas sobre este sujeto deberían ser tantas como mujeres. ¿Existen algunas normas
comunes? Sólo aproximadamente: cualquiera de ellas podrá ser contravenida por una mujer
con imaginación y seguridad.
• Son convenientes los colores oscuros y sólidos y texturas en punto elástico con
ropa oscura para adelgazar y estirar la figura.
• Las medias finas darán un toque de sofisticación y elegancia. Advirtamos una
vez más que deben conjuntar con el traje.
• Por el contrario, son desaconsejables en el trabajo. Excepción: las ejecutivas.
• Debe combinarse el color de las medias y de la falda para estilizar la silueta.
• Los colores pastel o los pantys blancos con una falda oscura deben evitarse.
Posible excepción: mujeres muy altas, que puedan permitirse el “efecto
partición” de la figura.
• Los pantys con estampados, crochet y encaje pueden dar un toque de fantasía al
atuendo. Indicadas para cócteles, funciones teatrales, fiestas de sociedad, etc.
• Si va a comprar medias para un par de zapatos especial, conviene llevarlos
consigo para poder ver a simple vista cómo combinan. Encontrar la marca y el
estilo indicados de las pantys es como encontrar el lápiz de labios.
• No tema ensayar. ¿Quiere verse alta, fornida u original? Use botas cortas o
zapatos oxford con medias opacas livianas cubiertas con pikys para proteger la
media y proporcionar una declaración de moda. ¿Quiere estilizar su figura? Las
medias negras son lo indicado, con zapatos leves y falda oscura. ¿Desea atuendo
deportivo? No tema las medias de franjas o colores llamativos.
• Los pantys son el elemento imprescindible para la mujer activa. No se mueven,
no se arrugan (siempre que se haya elegido bien la talla). Inconvenientes: pueden
apretar en el vientre, oprimir las nalgas, no insinúan las formas del cuerpo. Pero
algunos son reductores.
• Las medias con falsa liga decorativa (stay up) son cómodas pues suprimen la
presión de los pantys o ligueros sobre el vientre. Son muy sexys, y por ello poco
recomendables para faldas largas sin aberturas laterales… a menos que se
busque deliberadamente el efecto. Vd. sabrá.
(Tomado de Internet)
calceta/calcetín/calza/leotardo/malla/media/panty
La calza es una prenda cuya forma y funciones han variado con el tiempo. Inicialmente
cubría el pie, luego la totalidad de la pierna hasta la cintura (hoy esta pieza es llamada
leotardo, o panty cuando es femenina). En ese momento se escindió en dos piezas, las
medias calzas o medias.
Finalmente cubrió sólo los muslos y después sólo la pierna y el pie, recibiendo el nombre
de calceta.
El calcetín, versión reducida del anterior, cubre sólo el pie, hasta la rodilla como máximo.
La malla, algo menos ceñida que el leotardo, termina en el tobillo, sin cubrir el pie.
(Tomado del Diccionario de matices, de Josep M. Albaigès).


PEQUEÑOS DETALLES PRÁCTICOS
Hay una manera indicada para ponerse las medias. Tómese unos minutos para colocarlas
correctamente y siga estas simples instrucciones:
• Quítese todas las joyas y objetos agudos y revise que no tenga bordes ásperos en las
uñas de las manos ni de los pies. (Esto reduce en gran medida aquellas locas mañanas
en que "se me desmallaron en cuanto me las puse").
• Enrolle cada pierna de la media y coloque la puntera de la prenda sobre su pie. Con
suavidad suba una de las piernas de la media, luego repita con la otra pierna.
• Levante el resto de la media hasta la cintura —¡pero no tire demasiado!—. Alise el
tejido mientras revisa por si hubiera vueltas y torceduras.
• Por último, quítese las medias con el mismo cuidado con el que las colocó… y de la
manera más sexy posible, aunque esté sola. ¡Entrenamiento!
Tallas de las medias
La selección de la media que le ajuste adecuadamente es una de las mejores maneras de
asegurar una vida útil máxima. Si su media es demasiado ajustada, tiene más probabilidades
de romperse y minimiza su flexibilidad.
• La mayoría de los medias tienen una tabla en el reverso del paquete en donde se
indican los valores de altura y peso para cada talle. Posiblemente Vd. ya ha
descubierto que una talla A en una marca de medias no necesariamente es el mismo
que una talla A de otra marca. Eso se debe a que muchas marcas usan distintos hilos
de diferentes fuentes y con diversas características, y también pueden utilizar
maquinaria y construcciones del tejido diferentes.
• Es excusable que distorsione la verdad acerca de su peso cuando habla con una amiga.
Pero debe ser honesta consigo misma cuando compre medias para asegurarse el
tamaño indicado.
• Si usted está en el límite superior de un margen de talla, es por lo general conveniente
comprar la talla siguiente para obtener un ajuste y un confort máximos. Las mujeres
más grandes o corpulentas deberían buscar productos en tallas más grandes, con
frecuencia llamados queen size, que están diseñados especialmente para ellas.
Lavado y cuidado de las medias
El cuidado de sus medias es una simple ecuación: si cuida bien estas prendas, durarán
más.
• Lave las medias con cuidado y a mano, usando un detergente suave que no contenga
blanqueador con cloro, que removería el color y dañaría las fibras. Si prefiere la
lavadora, colóquelos en una bolsa para medias o en una funda de almohada en el ciclo
suave de lavado con un detergente suave.
• Para detener una carrera incipiente bastan unas gotas de laca de uñas incolora.
• Para secarlas, coloque uno o dos pares de medias en una toalla, enróllela y apriétela
suavemente. Esto evita que las medias se estiren cuando se las cuelga para secar.
Nunca intente secar las medias en la secadora.
• Los pikys (microcalcetines finos y bajos, que quedan ocultos por el zapato) son muy
útiles cuando hace calor y no se pueden llevar medias. No se ven y evitan las ampollas
y rozaduras en los pies.
(Tomado de Internet
http://64.233.183.104/search?q=cache:jcvKqSfiK7wJ:www.mensa.es/carrollia/b37.pdf+historia+de+las+medias&hl=es&ct=clnk&cd=4&gl=es)